Thursday, February 15, 2007

Una palabra... La separación entre la ficción y la realidad.




Otro de los detalles característicos del trabajo diario con la técnica es un pequeño ritual que se hacía al final de cada ejercicio: González Caballero nos pedía que después de nuestra respiraciones nos sentáramos en silencio; una vez todos sentados, pedía, –Una palabra…- El actor debía ecir la palabra casi instantáneamente, una vez dicha se pasaba a preguntar al siguiente.

La primera vez (si se recuerda esa primera vez) fue una experiencia un tanto extraña, como actor uno no sabía si le estaba pidiendo un resúmen de lo trabajado en el ejercicio, una palabra clave sobre lo sucedido ahí o qué. El maestro nunca explicaba el porqué de la palabra, a menos que se le preguntara expresamente.

Todos decían su palabra y entonces se comenzaba a comentar lo explorado en el ejercicio.

En su continuo deseo por evitar que el joven estudiante de actuación tuviera conciencia de la diferencia entre la realidad y la ficción de la creación del personaje, González Caballero hacía uso de varios apoyos en su pedagogía, uno de ellos era el pedir que el estudiante dijera una palabra apenas terminando el trabajo. Envuelta en una atmósfera de misterio esa palabra podía significar mucho para todos los que la escuchaban, sin embargo su objetivo era muy simple: el guía puede darse cuenta si el actor sigue cargado con el personaje o aún en crisis por lo realizado, si ya está con la conciencia plena fuera del ejercicio o aún permanece con el personaje dentro de él.

En el tiempo que fungí como asistente de sus clases o como parte del laboratorio (le llamábamos taller), habrán sido sólo un par de veces que noté que González Caballero hiciera repetir a alguien la palabra porque había sentido que aquella persona seguía sin liberar todo lo explorado, y prácticamente nunca lo ví hacer uso de otros medios para hacer “salir” a alguien de un ejercicio. Puedo recordar cómo en una exploración de la corriente strindbergniana suspendió una improvisación porque una pareja estaba usando violencia física, literal, para su trabajo con los apoyos del inconsciente, lo que implicaba un peligro concreto para los dos actores, pero ese fue un caso excepcional.

La palabra al final del ejercicio marcaba la frontera entre la ficción del teatro y la realidad del actor. Ante la pregunta del por qué pedir la palabra González Caballero me contestó sin misterios: "para ver si ya están fuera del ejericio"; después, con esa conciencia de su uso, todos esperábamos ese momento para decir una palabra que envolviera por sí misma la experiencia de lo que habíamos explorado, aprendíamos con la práctica a saber cuándo terminaba el ejercicio y esperábamos la palabra para hacerlo patente.

Contaré una anécdota sobre "la palabra al final de los ejercicios", anécdota que enseña, claro:

Un día, como parte de su laboratorio, yo sentí que en momentos la búsqueda de un palabra se volvía un juego de egos donde cada quien creía decir algo muy interesante sobre lo explorado, y se lo expuse a González Caballero; de la nada comenzó a gritar:

-¡Y a ti qué te importa! Pedimos la palabra para darnos cuenta que están ya fuera del ejercicio, para saber si sacaron completamente el personaje, ¡si están haciendo uso de su ego, qué!,... ¡Qué más prueba entonces del uso de la conciencia que ello!- 

Ese era el sorprendente tono agudo y alto (violento) que usaba cuando quería jugar a que estaba muy enojado y enseñarnos algo extra.



*


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